Un Café Sublime. Memorias Expresso

Me despierto y tomo mi café, sabe igual que todos los días, quizás un poco más dulce o tal vez más amargo, mi sentido del gusto sabe a los besos que no he dado, al amor que no he hecho, a la pasión que no he despertado y se confunden con lo caliente de este café con sabor a chocolate, con sabor a nuevo día, con sensación a un poco de calor en este lugar donde reina el frío, donde mis pies se hielan, donde apenas puedo escribir porque mis dedos se empiezan a entumecer, tomo un sorbo más mientras escribo estas lineas que lo dicen todo pero no dicen nada, palabras que ansían preguntar cuanto falta para dejar de mirar atrás o mirar una vez más.

Enfrentando un fuego interno que aun quema, como un tierno rocío de una tarde cálida, sentada a orillas de algún muelle leyendo a E.E Cummings o en mi habitación escuchando algún clásico de hace un par de décadas atrás, la muy suave tibia brisa que te roza la cara, que te acaricia y memorias repentinas que te llegan sin ser llamadas, como cuando sonreías junto a quien se ha ido para no regresar jamás, a quien abrazabas en navidad o alguna otra festividad, o sin razones especificas, solo querías abrazar, besar, escuchar, esas historias fantásticas que te hacían maravillar y que vas repitiendo en tu cabeza como vinilo de Louis Armstrong o bolero de acento español, como fotografías que te crean la nostálgica ilusión de movimientos furtivos, de memorias dulce amargas, de recuerdos que pasan, como tren en carriles de puentes que unen dos pueblos europeos.

Tomo otro sorbo de este café que ya esta por terminarse como balada de quince primaveras, como estornudo de recién nacido, como alegría de morisqueta, como el instante donde recuerdas a quienes no pudieron decir adiós, donde lo sublime acompaña el parpadeo, como la calma sobrecogedora, como el atardecer en el horizonte vertical, como los nimbus antes del diluvio, como tu canción favorita en el reproductor de otro, como esta vida certera pero incierta.

Comentarios
Publicar un comentario