Lo que ella con sus manos decía.


Le subimos al rock and roll y ella se puso sus mejores zapatos para bailar, esa noche no pudimos parar, llovía, caían rayos y los truenos no me estremecían, la luna salió para envidiarle la piel, meteoritos de algodón en sus manos, chocaban contra mis cabellos, dibujé líneas, círculos y vórtices de luz más abajo de sus caderas.

Ella decía — ¡Subele al rock nena! — y yo esclava de sus manos obedecía lo que ella pidiera. — estamos aquí para bailar, para desarreglar las ventanas, para que el sol halle su lugar — sus palabras salían de no sé qué espacio, tal vez sideral. Tomó mis manos en sus manos y de un jalón las colocó en su entrepierna — esto no es azar nena, no estás soñando, — decía — abre los ojos, llévame con tus dedos a ese mágico lugar — decía.

Me quitó los anteojos y jugó con ellos, los llevó a su boca y me los volvió a colocar — háblame de tu vida, tócame el pecho y déjame entrar —. Los árboles de primavera ardieron en aquella montaña y el rock nunca dejaba de sonar — súbete a mi auto, vamos a conducir a la playa, pero no vamos a parar, haré que sientas el calor y veas el mar — y ví el mar y sentí el calor, de sus manos en mis cabellos jugando a danzar, un suave solo de guitarra mientras acariciaba sus rodillas y ella me decía — no vayas a parar nena, no vayas a parar — decía. 

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