No.
Veinticinco horas me tomó entender la sutileza de la ilusión, la fina capa que se esconde detrás de las papilas gustativas, el prado más verde, el arcoiris con más color, el humo que se desvanece bajo mis pies descalzos.
¿No es increíble? Un intento inalcanzable, un abismo lleno de mi, lleno del día, lleno de la noche — ¡No! — me grito mil veces, me detengo y continuo, despierto del horror entre mis sueños, la agitación, el llanto, el otro lado de la cama vacía, y —¡NO! — me vuelvo a gritar hasta que se estremecen las ventanas, el horror cesa y la respiración vuelve a su curso, la noche parece tan oscura, pero el amanecer siempre llegará.
Maldita ilusión, que acorta las madrugadas y nos endulza con el alba, te culpo primavera, tus enredaderas de rosas me clavaron las espinas, puñales sin pudor, desnudos y afilados, han dejado marcas en mi espalda, han dejado mis ojos que eran café, rojos como el sol desierto, abrazo mi almohada y sigue un lugar vacío al otro lado de la cama, un trago de agua como púas encarcelandome el cuello, — adiós te digo, no miento, me causaste un dolor, me has envenenado cada sentimiento — y me niego, me digo mil veces que no, no, no, no, ¡NO!, no más cárcel, la prisión ya no tiene prisionera.
Páginas cuerdas, la razón no comprendía, no maldigo las ganas, maldigo decir que sí a la fantasía, que odio, que rencor, que ácido en mi garganta, y pensé — el verdadero amor no agoniza —.
Morí tantas veces en pleitesía, en cristal ciego, en Shakespeare de consejero, la locura, las locuras me consumieron, no, me dije, no, vuelvo a decir, adiós.
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