Novecientos once.

Marco en el discado veinticuatro cincuenta y cinco y lloro,
entonces me seco las lágrimas,
pero no veo el sol, no está amaneciendo,
ni el perfume entre las sábanas, y me voy.

Soy peatón en una ciudad donde no hay aceras, asesiné las luces de cada auto, de cada foco, y los semáforos están en rojo.

Tengo a la nostalgia mordisqueando mis entrañas, cada vez que el teléfono suena,
lo levanto y es cualquiera, menos tú

¡oh melancolía!

Levanto el teléfono y marco novecientos once preguntando por ti, ya la cordura no es bienvenida aquí, ni mayo, ni abril,
¿Cómo podré ver en ésta oscuridad?
Me paro junto a la ventana,
esperando que vuelvas y contigo vuelva a encenderse la luz.

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