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Mostrando entradas de octubre, 2017

Ya me he ido, el manifiesto.

Siento que pierdo mi camino, que voy en picada, abajo y abajo, cayendo desde una colina, magulladuras en mi rostro, piernas y brazos, y no estás. Han tomado mi alma mil kilómetros de aquí, en cada espacio en el que no estás, es un agujero frio en mi estómago y las luces de cada faro se apaga, a medida que paso junto a él. Tú no estás, mientras grito tu nombre como una desquiciada mental, se tensan las venas de mi garganta, toda confianza que puse en ti y no estás, lo hice bien cien veces y me dejaste quemar cien veces más, tu amor ha sido violento, no hay nada que puedas hacer para que me quede, igual no estás, pero me duelen las manos y los pies, me duele la garganta desgarrada por decirle a todos que estarías al amanecer cuando la noche se hiciera más oscura, ahí estarías tú, tocando la puerta de la habitación,  para rodearme con tus brazos y quitar de mis manos las botellas de alcohol, las jerin...

Novecientos once.

Marco en el discado veinticuatro cincuenta y cinco y lloro, entonces me seco las lágrimas, pero no veo el sol, no está amaneciendo, ni el perfume entre las sábanas, y me voy. Soy peatón en una ciudad donde no hay aceras, asesiné las luces de cada auto, de cada foco, y los semáforos están en rojo. Tengo a la nostalgia mordisqueando mis entrañas, cada vez que el teléfono suena, lo levanto y es cualquiera, menos tú ¡oh melancolía! Levanto el teléfono y marco novecientos once preguntando por ti, ya la cordura no es bienvenida aquí, ni mayo, ni abril, ¿Cómo podré ver en ésta oscuridad? Me paro junto a la ventana, esperando que vuelvas y contigo vuelva a encenderse la luz.